Los animales tienen comportamientos que ya quisiéramos los humanos poseer. Mi perro, por poner un ejemplo, espera por mí hasta que aparezca, da igual si son quince minutos o quince horas; tal grado de fidelidad no lo he visto nunca en una persona. Una vez me lo dejé olvidado en la playa, se me hizo de noche en el agua (llevaba unas tres horas dentro) y cuando salí me olvidé que había traído al animal; conduje hasta casa, una vez allí me vino la luz y arranqué de nuevo preocupado -a buenas horas- a ver si seguía esperando en la orilla. Por supuesto que estaba.
El chucho, si hablara, podría contar unas cuantas. Ayer estuve pescando, lo llevé a las rocas y se pegaba al acantilado con un mar de tres pares; cuando la ola golpeaba en las piedras, saltaba la espuma hasta ponerlo pingando. Se manejaba sobre el filo de la navaja mucho mejor que su dueño, yo, asustado, no paraba de decirle que se fuera de ahí -el perro está sordo como una tapia, son trece años de cocker spaniel con orejas problemáticas- aunque él parecía disfrutar el remojón. Si se cae al agua no sé si lo podría llegar a rescatar, sinceramente creo que no.
Este último año ha sufrido un bajón físico bastante acusado, en un principio se trataba de un ataque de reuma. Lo llevamos al veterinario a que le hicieran unas radiografías pero todo daba bien, problemas auditivos, oculares, poco más; el tipo lo achacaba a la edad, normal dentro de su perfil, en la media. Yo, que conozco a mi perro y sé de su vitalidad, desconfío de su diagnóstico. Me niego a creer que haya entrado en la tercera edad, prefiero pensar que es inmortal.