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viernes, 28 de marzo de 2014

El podador mágico del viejo

Este pasado fin de semana estuve cortando el seto de casa de mi padre, el cabrón -del seto- medía más o menos cuatro metros de alto por cincuenta de largo y recordando recortes pasados poco me apetecía darle caña de nuevo. Por teléfono quedé con él para el sábado a la mañana y mantuvimos una conversación sobre las bondades de una nueva podadora eléctrica que había comprado para la ocasión; le pregunté que cuanto costó y cuando me dijo que aún no setenta euros -supuse sesenta y nueve noventa y cinco- me eché a reír, imaginé un artilugio de dos aspas con forma de antena de tv las cuales se cruzarían tronzando con rápidos movimientos varitas del diámetro de un pulgar. Poco podrían hacer ante semejantes troncos de media cuarta. Mi padre, que es muy dado a misterios cuando tiene algo interesante que mostrar, no soltaba prenda; dejamos las adivinanzas y quedamos para ese día.

La máquina era curiosa, una lanzadera de tubo extensible terminaba en una motosierra de aproximadamente treinta centímetros de hoja, en la base del cilindro llevaba un apoyabrazos, un gatillo acelerador y un arnés. Tenía potencia suficiente para cortar el seto y más, en dos horas quedó a metro ochenta y rasuradito por los laterales, vaya invento más virguero. Mi padre mientras me veía en plena faena se reía, más evidente por el acierto que tuvo en la compra que por lo bien que estaba quedando el chollo.