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sábado, 22 de diciembre de 2012

Entre pitos y flautas

Desde la pequeña terraza de mi casa puedo oler el mar, unos eucaliptos que por envergadura están a punto de caramelo para ser talados hacen que no pueda verlo desde hace aproximadamente cuatro años. En este valle, entre océano y montaña, cabos y playas, vivo feliz con lo que tengo.

Aquí, acomodado en una silla de teka con funda de tela acolchada, intento proyectar el siguiente intento de forrar el contorno de la terraza con telas, postes y pequeña iluminación; debe ser el quinto, anteriormente, temporales de viento y lluvia mandaron todo al carajo, en algún caso con trozos de muralla incluidos. No sé como hacer que soporte los inviernos sin invertir demasiado, ya he probado en bases atornilladas con tacos de seguridad, tuercas de expansión, fijaciones de todo tipo, ... más de lo mismo, cualquier día llega una potente borrasca del suroeste, bajas presiones acompañadas de vientos de ciento y pico kilómetros por hora que provocan un efecto vela en la humilde estructura de galvanizado, tela de saco, brezo y farolillos de la oferta de cada año, repitiendo la misma cantinela que la campaña anterior: fiasco.

Haciendo un presupuesto aproximado debo llevar gastados en las obras de la terraza unos cuatrocientos euros; sí, ya sé que no es mucho para cuatro intentonas aunque intento gastar lo mínimo en material porque no confío mucho en ella la verdad. Para las fuerzas de la naturaleza, siempre presentes en mi tierra, los diez metros cuadrados de enredado estilo chillout que adornan la parcela son como una pequeña atracción: la miran, se ríen de mi tozudez y hacen asamblea para escoger la noche del derribo.