Hoy me he acordado de tí, al igual que otras veces, aunque este día es diferente. Te acuerdas cuando fuimos a Barcelona, a la feria de las Artes Gráficas, allá por el 93?. ¡Vaya tiempos!, eramos unos niños y estudiabamos en la misma clase. Nos fuimos de viaje de estudios a casa del profe en Premiá de mar, un chalet de la ostia que tenía el tío, en una urbanización cerca del mar y tres plantas con terraza que nos dejó la boca abierta cuando lo vimos.
Tuvimos total libertad por Barcelona y eso que teníamos ¿cuantos? ¿16?, bueno, tú quince, que eras más joven aunque tenías más tipo que yo. Anduvimos en metro y cercanías todos los días porque queríamos verlo todo. Creo recordar que éramos siete.
Un día estuvimos en el Corte Inglés de la plaza Cataluña porque tú querias ir a comprarte unos patines; y mientras dábamos vueltas por dentro, me empecé a cansar de estar allí, esperando por ti, que te gustaba todo. Urdí un plan con el resto de compañeros para dejarte allí tirada y que volvieras sola en tren de vuelta a Premiá. No faltó nada para que saliese adelante, no sé si recuerdas que te perdiste dentro -o eso creias tú- y nos encontraste en la plaza de milagro. Pues la historia partió de mí.
Una vez regresamos del viaje volvimos a nuestra clase de siempre. Al cabo de poco tiempo me operaron de apendicitis y fuiste la primera en ir a verme, con tu sonrisa, tus ojos azules y tu piel como siempre perfecta. Me diste ánimos y te agradecí la visita. Que poca cuenta me daba en ese momento de lo mucho que significó en un futuro ese gesto que tuviste hacia mí.
Por eso hoy, desde aqui, te pido perdón Lourdes por querer dejarte tirada en Barcelona. He sido un cabroncete y lo siento. Aunque haga quince años que no te veo.