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martes, 6 de julio de 2010

Acogedor barrio vecino

Cuando la vista no alcanza más allá del horizonte, donde la bola comienza a rotar y se recuestan las puestas de sol, allí, en ningún lugar o quizá en todos, me gustaría que esparciesen mis cenizas el día en que me muera.


Normalmente, cuando somos jóvenes, creemos que nos queda toda la vida por delante. Mi opinión va un poco por ahí, pienso que me queda mucho por vivir, pero hoy comentamos el tema entre colegas. La mayoría de nosotros pensamos que el miedo mayor es al sufrimiento, a la demencia y al dolor que dejamos en herencia. La verdad, nunca imaginé de que forma moriría, es un poco flagelarse por la cara así que prefiero no pensar en ello. Una vez de hacerlo casi es mejor imaginar donde descansar en paz, así que los órganos para quien los necesite y el resto al mar que por lo menos me sigo moviendo.


A día de hoy, los yogures tienen fecha de caducidad, como los humanos. Pienso que es mejor comerlos todos aunque a los dos días no haya más a que acaben con moho en la nevera esperando a ser abiertos en un día especial que nunca llega. Además, como no sabemos cuando viene el repartidor, igual, aún siendo glotones, los yogures no se acaban nunca.