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lunes, 9 de julio de 2012

22:35

A estas horas de prime-time televisivo tengo la cabeza pensando en un cuento infantil que pudo haber sido escrito alguna vez o puede que no, quien sabe.

Esperanza es un pequeño bote auxiliar que hace labores de urgencia en el puerto comercial más importante de todos los mares. Su cometido principal es surtir material de primera necesidad a los trasanlánticos que atracan y zarpan todos los días: alimentos, medicinas, piezas de recambio, personal, ... lo que le echen, su dotación tiene experiencia y alegría, son de sobras conocidos por ser fiables bajo cualquier horario o condición meteorológica. En el barco están felices, falta poco para que termine la temporada turística y tendrán un mes de merecidas vacaciones aunque sea en pleno invierno. Para muchos de ellos ya no habrá retorno, es su último año a bordo, llevan toda la vida en el mar y les toca disfrutar de su bien merecida jubilación; son los más contentos, en el resto se refleja cierto gesto agridulce, no saben si Esperanza volverá a la acción, va mayor, lleva cuarenta años dándolo todo. Ignoran si merecerá la pena invertir en personal y reparaciones o los enrolarán en buques más modernos, perteneciendo a una compañía naviera tan grande igual no están por la labor en las altas esferas, sería logico a fin de cuentas. Juan sonríe, no parece tenso, hace labores de grumete aunque lleva ya tres lustros cuidando de Esperanza como si fuese su madre y por eso sus compañeros lo quieren como a un hermano, confían en él, incluido Bautista, patrón desde que Juan era un niño. Poco puede él hacer, no tiene valor su opinión respecto al destino final del barco, sin embargo, a sus compañeros sí les vale.

Esperanza mide once metros de eslora, cuatro de manga en la cuaderna principal, está pintada recién como siempre, en blanco y grana. Sus compartimentos de almacenaje están a proa y popa, impolutos, como si la mercancía que entra y sale todos los días no existiese jamás. En la lustrosa cocina Lisi prepara habas con bacalao, son las doce y media de la mañana y anda con el pimentón a vueltas, cucharada arriba o abajo. En la vieja sala de máquinas todo va como la seda, parece mentira que un motor cuarentón Diesel Earl de cuatro tiempos con ciento sesenta y seis caballos dé para tanto trote. Mucha culpa de ello tiene Marga, con su insoportable dedicación completa al mantenimiento de todo aquello que se mueva, independientemente se trate de engrasar una biela o limpiar ese tubo atascado de la cafetera. Todos valen mucho y en eso piensa ahora Juan, sería una locura destrozar el futuro de Esperanza sabiendo que reencarna el espíritu de aquello que hizo nacer a esta gran naviera: la ilusión. Por eso mira al suelo mientras barre la cubierta y sonríe.