Sé que no debería pero me cuesta trabajo ver la firma de alguien sin intentar adivinar que tipo de persona se esconde detrás. Es un defecto a corregir porque la mayoría de veces que observo actuar a cualquier experto grafólogo me indigna que tengan la osadía de establecer perfiles a la ligera. Lo mismo me pasa con los psicólogos que manipulan comportamientos observando gestos corporales de terceros, por muchos estudios que uno tenga no puede resultar tan sencillo clasificar a alguien. La historia es la que viene.
He visto en la tele el caso de un profesional de la mente que tenía embaucadas a sus clientas, mientras éstas acudían a la consulta a contar sus penas más profundas, el hombre se la pelaba sonriente. Las señoras eran ubicadas en un diván, acostadas, él se sentaba en una butaca de espaldas a ellas haciéndoles preguntas muchas veces relacionadas con temas de índole sexual, un poco, según él, para llegar a lo profundo -je,je, picarón- del problema. Lo más curioso es que las pacientes se sentían mejor a medida que acumulaban sesiones de terapia, las pobres ignoraban los meneos del doctor. Con expertos en la materia de esta índole más vale ser tonto/a, triste o clasificable psicológicamente pero con capacidad para valerte por ti mismo/a a la hora de equilibrar el estado de ánimo.