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lunes, 2 de enero de 2012

Pongo un pie y luego el otro

Mi padre suele decir que me como mucho la olla, por lo menos estando yo delante; conociéndolo, a mis espaldas supongo que comentará este detalle más como una virtud del tipo mi hijo tiene una sensibilidad especial o algo por el estilo que suene con musicalidad y romanticismo al oído ajeno. Nos defiende a muerte.

Hoy le voy a dar un argumento más -desconoce la existencia del blog- para reafirmar sus teorías, independientemente esté de acuerdo o no con ellas.

Me cuesta poco entretenerme, es una suerte la verdad y quizá peque de individualista por ello pues no necesito disponer de terceros para sentirme a gusto. Ahora bien, el día que esto no ocurra por haches o por bés, a ver como es la historia y de que manera afecta a la personalidad de uno. Toda armonía depende de un entorno por mucho que yo vaya de autosuficiente.

Aquí entra la parte negativa, esa sensación de que no estoy aportando todo lo que podría dar a quien lo necesita también entra en el pack, me refiero al hecho del día a día no a un momento puntual, tiempo que gasto en mí y no en ayudar a los demás. Supongo que si soy capaz de ver el dolor ajeno estoy capacitado también para colaborar en tareas de apoyo psicológico en beneficio de todos, no sé si me explico, es como el que dona treinta euros a beneficencia cuando cobra treinta mil y no le queda la conciencia tranquila.

Dejando a un lado este ejercicio de mimismo quisiera desearnos a todos este año nuevo que sonriamos mucho. A menudo lo más importante suelen ser aquellas cosas relacionadas con la amistad, el amor y la salud aunque nos empeñemos en pensar que de eso no se come.