No existe Semana Santa sin una creencia que la sostenga, sintiéndolo mucho, para el resto de los españoles, simplemente son días festivos. Como estoy a favor de que exista la religión cristiana porque del color que yo lo veo inculcan unos valores humanos admirables, también lo estoy de que se celebren estas fechas en los pueblos, corten las calles, retumben los tambores de las bandas hasta la madrugada y se llenen los bares de gente; igual que si viniesen los Rolling a dar un concierto gratuito aunque sea una comparación satánica.
Dejando a un lado los discursitos de medio pelo venía a comentar que hoy fui a un lugar religioso, que, según dice la leyenda, es mejor acudir de vivo si no quieres ir de muerto. Hacía años que no iba y la verdad es que me apetecía bastante volver allí. Sobra decir que no soy creyente aunque es una aportación personal a los días libres que me tocan por vivir -y nacer- en un país católico; la verdad es que soy bastante abierto en cuanto a estas historias. Por cierto, en uno de los puestos de venta de recuerdos nos regalaron una plantita del amor; parece ser que si la tienes en casa mantendrá la llama encendida, o algo así nos dijo la señora que, sonrisa y buenos deseos incluídos, suponía que habíamos llegado caminando -cuarenta y cinco kilómetros- desde nuestro lugar de origen. Cuando le dijimos que no era tal, siguió mostrándonos la misma cara -y los mismos cinco dientes- sin cambiar el discurso de buena fortuna. La planta la guardo por si acaso.