No hay razón para pensar que a falta de condiciones que me acerquen al deporte no las haya para pintar el tejado de mi casa. Aquí estoy metido en faena en esta despejada mañana de Domingo, bártulos ya disponibles desde ayer -cuatro horas de mano de obra- y pocas ganas de momento. Casi que voy a mirar el mar antes de coger la brocha, a ver si hay suerte y culebreo un rato hasta que el calor del sol seque completamente el rocío que cayó durante la noche. Es una buena disculpa.
Bajo el prisma generalmente ultraoptimista de este carácter con el que vine de serie, todas las obras que comienzo les doy como mucho un par de semanas para el remate. Al final, lo que iba a ser una hora dura un día, lo que se suponía un par de días son al final quince, y de ahí para arriba. Una de dos, o soy muy nulo estratégicamente hablando o es el consuelo de la hormiguita para no caer en el imposible de buenas a primeras. Preferiría que fuera lo segundo aunque según parece uno no es lo que cree ser sino el resultado de la opinión de los demás. Lo voy a dejar aquí que es un poco temprano para trabalenguas, además, tengo dos citas: una con el tejado y antes, si hay suerte, otra más salerosa.