Buscar

lunes, 18 de abril de 2011

Del color de la piel

Me preguntaba una chica que cuantos tatuajes tenía. Me quedé callado un segundo, la miré extrañado. Iba vestida con pantalón vaquero entallado, en color azul ultramar y camiseta negra de tirantes. De cabello negro, largo y rizado; alta, guapa, de complexión media y curvas pronunciadas en caderas y pechos. Sus brazos desnudos -por llamarle algo- estaban decorados con tatuajes de simbología marinera desde los hombros hasta las muñecas: anclas, cuerdas, banderas, quincalla, ... con diseños retro-coloristas, un poco al estilo de Amy Winehouse o Marc Jacobs, director creativo de la casa Louis Vuitton.

La respondí que tenía cuatro importantes: apendicitis, testículo alto, artroscopia de hombro y de rodilla. Todos imprescindibles para mí porque reflejan momentos de mi vida importantes: si no me los llego a hacer, igual no lo estaría contando. Ella se rió, entendió la respuesta, chica lista; me pidió perdón por si me había ofendido y todo. La disculpé con un perdoname tú y una sonrisa, le comenté que era normal, casi todo el mundo tiene un tatuaje y como merecía una explicación se la dí.

No encuentro ningún motivo interesante para imprimir mi piel: un amor de madre, un retrato, el nombre de una antigua novia, un amuleto, un animal, un reflejo de personalidad, una frase ocurrente, un personaje esotérico-histórico-influyente, un actor/actriz, un icono del rock, un órgano corporal, un instrumento músical, un androide, una pin-up, un símbolo deportivo, un objeto religioso, algún elemento de azar, ...nada me motiva más que mi propio pellejo; ahora bien, tengo que reconocer que los tuyos te dan un punto sexy considerable, estás bastante buena.