Hace muchos, muchos años, en un reino muy lejano rodeado de bosques infranqueables, ocurrió un hecho inesperado que cambió el curso de la existencia en este aislado lugar. Una tormenta antes nunca vista provocó un incendio de tales dimensiones que calcinó la mayoría de la vegetación que limitaba con el pueblo. La población se enfrentó al fuego para no ser devorada, luchó de tal manera que salvaron sus vidas y conservaron sus viviendas pero no pudieron evitar que gran parte del bosque pereciera entre las llamas. Ante tamaño desastre que superaba cualquier defensa prevista, los gobernantes se reunieron para tomar una decisión: abrir un paso entre la maleza. Con esta solución evitarían sentirse desprotegidos cuando ocurriera otra desgracia.
El tiempo pasaba, los ciclos estacionales hicieron que la tierra negra diera paso a un verde que recordaba al de antaño; la belleza del lugar recuperó sus mejores vistas, la sostenibilidad y autosuficiencia. El paso se mantuvo y servía para adentrarse en el renovado bosque que daba cobijo a todo tipo de alimentos. Volvieron las sonrisas y los banquetes, el trajín de los mercados y el martillear de los artesanos en la forja, hornadas de pan de trigo y leche fresca de vacas recién ordeñadas. Todo fluía de nuevo.
Pero una mañana soleada de primavera, en la distancia, aunque perceptibles, trompetas y tambores retumbaron...