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viernes, 17 de febrero de 2012

Los cuentos del tío ricitos

Ayer pasé un par de horas con mis sobrinos, mi hermana tenía una reunión y los pequeños se quedaban con su abuela materna -evidentemente mi señora madre-; me acerqué a echarle una mano al salir del trabajo. No es que le haga falta, lo hace estupendamente, pero me gusta estar ahí cuando pueda servirles en algo.

Son unos niños afortunados, tienen una familia que los quiere y creo que es fundamental en el desarrollo de su personalidad. Sentirse arropados ayuda a darle sentido al concepto de unión y crea lazos de los que doy fe cuatro años después del nacimiento de mi ahijado, un rosquillín que lleva parte de mi sangre. Ayer, al acostarse, le leí dos cuentos -elegidos por él- que le prometí hora y media antes, Peter Pan y El libro de la selva fueron los seleccionados. A las nueve y media de la noche se quedó dormido cuando le contaba un tercer cuento -elegido por mí- que también le había prometido, Pepito Grillo se titulaba, como la voz de la conciencia del cuento de Pinocho, y fue una mezcla de este mismo y de La cigarra y la hormiga, otro que me gusta mucho. Prometí además -no sé si llegó a oirme o ya dormía- que este verano buscaríamos Pepitos Grillo por el campo.

Antes de marcharme me despedí de la pequeña -once meses- mientras su abuela le daba la cena. Le gusta tirarme del pelo porque es negro y rizado, es su saludo en cuanto me ve, luego me hace un gesto con la mirada para que haga globos con la lengua, le hacen mucha gracia.