Salían a las cuatro de la mañana para ir a trabajar. Recorrían seis kilómetros a pie antes de coger una lancha que los dejaría próximos a su destino, caminando nuevamente hasta él. Horario laborable: de Lúnes a Sábado, seis de la mañana a cinco de la tarde. Vuelta a casa en sentido inverso, mismo trazado, llegada a destino: siete y media si iban directos, diez de la noche si volvían borrachos.
Así era la vida de los currantes de la naval hace cincuenta años en mi pueblo. Me lo comentaba un amigo de la familia, veterano -ochenta debe tener- y curtido en mil batallas. A pesar de todo ese despliegue no disponían de comodidades de ningún tipo, había lo justo para dar de comer a los hijos y pagar los impuestos. Le preguntaba yo de que manera sobrellevaban los madrugones y las horas laborales porque, claro está, a su lado soy un pijo poco acostumbrado a la vida dura. El tío decía que se levantaban con achicoria; a mitad del trayecto a pie paraban en un bar a tomar unos vasos de aguardiente, vino tinto y azúcar, todo mezclado, que los ayudaba a enfrentarse a las duras condiciones meteorológicas y agilizaba el paso hasta llegar al transporte marítimo; antes de entrar a trabajar, otra paradita, otro chupito.
Eran felices en la mayoría de los casos, lo pasaban bien y cuando recuerdan alguna anécdota de un tal Martínez, Soriano o quién fuera, les brillan los ojos contándolo, tronchándose, como si sucediese antes de ayer. Vaya tiempos.
Hoy en España esto ya no sucede; salvo autónomos sacrificados y altos ejecutivos a tiempo total el resto de los trabajadores somos parcialmente libres. Las condiciones laborales han mejorado mucho, se ha peleado por ello, grandes batallas a base de sangre, sudor y lágrimas.
El problema está en los resultados. Una vez conseguidos los logros, hay que seguir mejorando, nunca dando un paso atrás; esto motiva a la sociedad a soñar con trabajos emocionantes-sueldos astronómicos. La realidad es otra, gente preparada para trabajos emocionantes ocupa puestos degradantes bajo su propio prisma -con razón- y los trabajos denigrantes de verdad no los quiere hacer ni dios - con razón también-. Por eso opino que está muy bien mandar a los niños a la Universidad, que se culturicen y aprendan un oficio pero es igual de importante concienciarlos que a lo mejor no consiguen trabajo de su especialidad el día de mañana y tienen que barrer calles o cargar sacos de harina por ejemplo. La dignidad no te la enseñan en el cole.
La tasa de paro en España es altísima, hay mucha gente que no tiene trabajo pero hay muy poca que no tenga un pan que llevarse a la boca. Antiguamente, trabajaba todo el que quería y aún así casi no había ni para el pan. Quizá hemos puesto el listón muy alto para lo que saltamos; el de arriba escalando montañas sin preparación, el de abajo exigiendo equipo sin saber jugar al fútbol.