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miércoles, 15 de septiembre de 2010

Cuatro oportunidades

Me divierte cuando descubro a una persona discutiendo sin tener ni puta idea. Como comentaba en Barrenderos de parcelas ajenas (22 Junio) no suelo discrepar en estos casos, aún siendo la reacción en contra de mí, pues bastante cruz tendrá, con toda su ignorancia, como para intentar convencerlo/a de lo contrario. Allá él/ella. A todos nos pasaría alguna vez que nos discuten algo con mucha fe, tanta que te hacen dudar de tus propios argumentos y acabas asintiendo como los perritos de los cristales traseros de los vehículos de los años ochenta. Al llegar a casa corroboras la noticia y te das cuenta que tenías razón y, lo que es peor, has quedado como un bufón, sumiso y adulador. Mala suerte, otra vez no pasará nos decimos, aunque algunos solemos conceder demasiadas oportunidades inmerecidas.


Un pequeño truco para que esto no suceda es, siempre y cuando no haya relación interesada por el medio, invitar a la otra persona a abandonar la conversación pues, al no haber acuerdo posible, es tontería intentar convencer a alguien que quiere mantener su razón a toda costa simplemente por principios, que no va a caer de la burra porque sería lo último. Tiempo perdido para los dos.


Supongo que lo más importante para mí es buscar la verdad de las cosas, aunque ésta no sea válida para la mayoría y tampoco compartible. Verdad que me guardo casi siempre porque tampoco creo estar en lo cierto, es mi camino no el del resto.