Una vez que me he levantado a las nueve de la mañana aprovecho el tiempo para salir a dar un paseo por los alrededores de donde vivo. Andar no me gusta, ya tendré tiempo cuando sea un poco más contemplativo; por eso cojo la bici, porque puedo ir recorriendo mayor distancia.
La verdad es que no conozco mucho el lugar. Llevamos cuatro años con la casa, de ellos dos largos viviendo aquí, pero casi todo el tiempo libre ha servido para hacer la reforma de la vivienda y disfrutar de ella, así que no ha habido muchos momentos para descubrir a fondo el valle.
La primera media hora me la tomé en plan paseo, después me cansé del ritmo lento y subí una de las montañas que bordean el valle. Para el descenso preferí la bajada por un cortafuegos ya que el terrero era más propicio para la mountain-bike. A medida que iba cogiendo ritmo me encendía más y más. Hubo un momento en que me creí Jose Antonio Hermida, salté un bache, no pensé fuese alcanzar tanta altura, perdí el control en el aterrizaje y, para no estamparme contra las piedras, acabé dándome un chapuzón en una pradera de tojos y zarzas que me han puesto lindo. Si me llegan a meter en una tienda de campaña con veinte gatos callejeros me arañarían menos.
Cuando tenía ocho años me caí entero en un campo de ortigas, me tuvieron que rocíar con vino tinto todo el cuerpo y la de ampollas que salieron ese día son más o menos la misma cantidad que arañazos tengo hoy. Una mañana de domingo productiva. A ver que cuento mañana en el trabajo.