Un grito contenido salió de tu boca sin avisar de que algo podía estar sucediendo, la manera atropellada en que intenté reaccionar sirvió para diagnosticar una alerta poco entrenada. Con más pena que gloria alcancé a cogerte por la cazadora cuando ya no había tiempo para nada.
Permanecías sentado, tu cara era un poema: blanca, ojos entornados y gesto tenso; si te llega a coger aquella moto una décima de segundo más tarde no sé si lo contarías. Cuando quisiste salir del coche en marcha para no perder más tiempo debería haber mirado por el retrovisor para advertirte. La fila de coches en la que permanecíamos en caravana no implicaba que otro tipo de vehículo pudiese circular con normalidad. Nada más abriste la puerta, llegó el golpe. La mujer que iba de paquete, voluminosa, salió rebotada contra la aleta derecha, después al suelo. Llevaba casco. El piloto arrastró su cuerpo junto a la moto por el arcén unos cinco metros sin aparentes consecuencias graves para él. Ella sufrió lesiones en una muñeca y magulladuras por la caída. Fué más el susto que otra cosa.
Hoy me he acordado de ese día y creo sinceramente que viendo el buen humor que sueles tener normalmente es un bonito momento para darnos cuenta que la casualidad hizo que la moneda saliese de cara. La suerte te sonríe amigo, esa décima fue más importante que años de camino, no sabes como me alegro. Igual azar cuando volcó aquel camión lleno de carbón diez metros más adelante y sólo nos cubrió de polvo sin sufrir otra consecuencia. Tienes un don.