Erase una vez hace muchos, muchos años en aquellos tiempos en los que la gente publicaba por primera vez en internet, al igual que lo hacían Guttemberg y sus discípulos con la edición de los primeros libros en serie allá por el 1600, que dado el libertinaje que estaba adquiriendo el medio virtual por parte de los usuarios, había que tomar una decisión al respecto. Los gobiernos de los países más desarrollados de aquella época -estamos hablando del comienzos del siglo XXI- actuaron bajo el temor a una revolución internauta y fueron prohibiendo y censurando todo lo que creían estaba mal. En España los primeros en oponerse al progreso fueron la Sociedad de Autores, los cuales se sentían indefensos respecto a la exclusividad de sus obras y presionaron al gobierno para que redactase una orden de prohibición. A este colectivo se fueron sumando otros bajo la misma intención. El resultado fue un desastre porque a la gran mayoría de los que supuestamente protegía esta ley seguían sin recibir beneficios y lo que fue peor, todo bicho viviente que quisiera poner algo de otro en su local -música, pelis, obras,..- estaba obligado a pagar el canon de derechos de propiedad que a fin de cuentas iba a parar a cuatro amigos, que se enriquecieron y dejaron de ser artistas.
Volvieron los tiempos de Torquemada, las doctrinas, las verdades absolutas y la tiranía; esta vez persiguiendo a los que traficaban con unos y ceros, que en vez de brujas les llamaban hackers. Estes seres operaban en la sombra porque al igual que los autores anónimos de libros físicos tenían miedo a las represalias. Volvieron también los tiempos de Robin Hood, con bosques de Sherwood virtuales y millonarios a los que robar con métodos digitales para después enviar el dinero a familias empobrecidas de países poco desarrollados. La sociedad paralela de la red funcionaba de forma parecida a las primeras sociedades creadas por los seres humanos, es decir, se fundaron comunidades que se convertirían en estados con su propia legislatura y bandera, donde los usuarios disponían de créditos válidos para utilizar en la red, conseguidos a base de trabajos virtuales; créditos que se convirtieron en imprescindibles con el paso de los años. Había personas que podían ser muy pobres en la vida física pero contrariamente multipropietarios en la red, adquiriendo grandes espacios virtuales. Eran los denominados latifundistas binarios, gente que a la larga comprendió su rentable negocio. Los niños dejaron de bajar a la calle a jugar con juegos analógicos para continuar con la progresión digital; los padres, encantados de tener a los hijos controlados, los dejaban operar con las teclas sin darse cuenta que corrían el riesgo de convertir a sus protegidos en protuberantes masas de grasa corporal y músculo cerebral, incomprendidos a los ojos de las primitivas mentes de sus progenitores.
Bueno, como veo que estás durmiendo, continuaré el cuento otro día. Buenas noches.