Llegar a casa a estas horas y tener que cocinar para comer -a la hora debida no lo hice- es necesario e imprescindible si no quiero desaparecer como el pacman cuando lo zampan los fantasmas. Esta semana no me quiero pesar porque bajo de sesenta kilos sin duda alguna; me gustaría disponer de un cocinero/a personal -y una despensa barralibre- para decirle que me prepare un filete de buey poco pasado con unas patatillas, que de fregar los cacharros me encargo yo mañana. ¡Ay mamá que bien te sale el pollo asado y las lentejas con verdura!.
Cuanto más me lo piense peor, voy a soltar el teclado y utilizar las manos para hacer una tortilla de patata que a fin de mes tiene rasgos de contra de bovino o al menos a mí me lo parece. Cuando se acerquen las dos de la mañana, un colacao con panecillos de leche mientras veo la tele un rato y para la cama. Es mi momento de relax, el descanso del pitufo.