Cuando uno es niño -voy a hablar de mi caso aunque pueda ser común- se cree especial; en la adolescencia se supone será un elegido para avistar ovnis o ver aparecer a la virgen; entre los veinte y los treinta un tío con cierto magnetismo. Cuando cumplí treinta y uno ya fui consciente que sólo soy un paisano normal, hiperactivo pero básico.
Conocerte a tí mismo es bastante fácil si eres persona con mentalidad egocéntrica como la mía: trabajo duro e intento ayudar a los demás sólo para sentirme bien conmigo mismo y disfrutar de la vida mientras la salud me lo permita. Así de simple, así de claro.
Quizá una de las razones por las que no te apoyo -especialmente me lo dice tu mirada- sea esto de lo que te hablo: puedes ser la mejor persona del mundo pero para mí desde el momento que has cambiado tu actitud con respecto a nuestra relación sin saber siquiera si te he defendido o no en privado ya me parece sospechoso. Para bien o para mal este que aquí escribe no suele involucrar a los demás en sus problemas personales; tú, que casi no me conoces ni has actuado nunca como amiga pretendes que te apoye en una causa que es todo lo contrario a lo que yo soy. Por una cuestión de principios no lo haré nunca, todavía menos por alguien que pide antes de dar. Me parece ya bastante esfuerzo mental dedicarte estas letras y es que es mejor ser individualista que una castaña podrida en un cesto lleno de frutos sanos.