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domingo, 15 de mayo de 2011

Nueva era

Entre esas cuatro paredes pintadas en tonalidad vino burdeos se encuentran parte de los momentos vividos, cercanos en el tiempo y la memoria, que por circunstancias anímicas hoy han mudado su color dando paso a un blanco puro más sincero y limpio aunque menos llamativo que su agranatado antecesor. Las cosas suceden así, sin tiempo para hacer análisis, sólo buscando la mejor opción entre todas las disponibles. Problema resuelto a mi modo de ver.

Por cambiar de tema, ayer por la mañana estuve podando una camelia gigante que tenemos en el patio de casa, debía medir como siete metros de altura por cuatro de contorno, compuesta de seis troncos individuales con un diámetro aproximado de veinte centímetros en su lado grueso. Me subí a un taburete para alcanzar una altura de corte que me permitiese -aproximadamente dos metros y medio- darle volumen desde más abajo; cuando estaba en plena faena desbrozadora, motosierra en mano y atacando uno de los troncos, una de las patas de la banqueta falló y caí de espalda sobre mi hombro operado con la máquina funcionando. El golpe fue duro y seco pero con tanta fortuna que la sierra golpeó contra la pared de la fachada, se le quitó la cadena bruscamente y se apagó. Me levanté e hice unos movimientos giroscópicos de hombro para comprobar que los tornillos seguían allí, en su sitio. Mi cabeza también estaba golpeada pero sana pues amortiguó un poco el impacto en segunda instancia. Ostión afortunado.

Entre las ramas podadas pude rescatar dos crías de golondrina que habían anidado en la camelia. Hice una especie de nido con una ensaladera esférica de madera y papeles de periódico; como por la noche estaban muy fríos de temperatura corporal los metí en el horno dándole un poco de calor -35 grados-, los polluelos revivieron y pedían de comer con bastante energía. Después de unas cuantas hormigas, lombrices, bichos bola y pan con leche se quedaron dormidos; apagué el horno, los dejé allí dentro y me fui a dormir. Al día siguiente cuando me levanté los animales seguían vivos. Como me tenía que marchar y no regresaría hasta la noche, los dejé entre los restos del árbol que quedaban en pie, a la espera que su familia pudiese atenderlos en cuanto empezasen a piar.


PD.- Cuando llegué por la noche, fuí a visitarlos: estaban muertos y cubiertos de hormigas.