Eran las cinco de la madrugada y entre montones de cabezas podía ver una que me observaba a través de la marejada humana. Su interior no lo conocía pero daba la impresión de que algo buscaba en mí. Cinco conversaciones después se decidió, se acercó, me dio dos besos y me preguntó si la conocía de algo. Le dije que no. Me respondió que mi cara le resultaba conocida pero que no sabía de qué. Yo la volví a mirar bien y le respondí seguro, que yo a ella no.
Hace unos tres meses me pasó lo mismo, esta vez fue con una chica con la que había salido de niño y le respondí de la misma forma. Días después, haciendo memoria, la recordé. Aunque hacía bastante tiempo, no es normal esta fuga de mollera. Es probable que el alcohol tuviera algo que ver en los dos encuentros. O eso o que a los treinta ya empezamos a perder riego.
Tendré que prestar más atención pues cualquier día me encuentro con algún ex-compañero de clase de los de toda la vida y no voy a saber quién es. Le voy a tener que coger unas pastillas de la memoria a mi abuela a ver si está ahí la solución. Vaya empanada.