Buscar

sábado, 13 de noviembre de 2010

¿Sabes quién soy?

Entré por la puerta y alzaste los ojos a la velocidad de un juicio, tu gesto de indiferencia me indicó que hoy te encontrabas mal, cuando me acerqué para darte un beso ya tenía claro que estabas triste. Es impresionante el grado de amargura que debes estar sufriendo para reflejarlo de esa manera.  Si, ya sé que no lo finges, soy consciente de que tú no lo eres.

Las personas que padecen la enfermedad de Alzheimer, por lo menos las que yo conozco -o conocí-, reflejan no sólo la pérdida de facultades cerebrales con todo lo que conlleva ( psicomotriz, neuronal, nerviosa, ...), sino que además y lo que es peor sumen a los enfermos en un estado de profunda tristeza que provocan incluso dolor ajeno. Supongo que en la mayoría de casos la familia se hace cargo de cuidar y proteger a estas personas con resignación pero es dificíl además conseguir poderles aportar un poco de alegría y activar esas pequeñas neuronas que todavía resisten en sus cabezas.

Estoy totalmente a favor de que un tribunal médico tome la decisión, una vez que la familia lo saque a la palestra, de poner fin a un periodo de sufrimiento sin retorno que, principalmente al enfermo, no beneficia a nadie. La vida es vida mientras uno dispone de un mínimo de libertad, mínimo que pudiera ser tener capacidad para sentir y crear, de conocer un espacio y un tiempo, de perseguir una meta. Cuando ya no se posee nada de esto, uno ya está muerto.

Los recuerdos más bonitos están en mi memoria, un día fueron recuerdos tuyos también. Andaré por aquí por si me necesitas.