Si eres un apasionad@ de la naturaleza y a la vez te motiva sobremanera cuando las condiciones son adversas, entonces entenderás de lo que hablo.
Hoy el tiempo en mi tierra era poco tolerante: lluvia arremolinada, rachas de viento de 140 Km./h. y olas que alcanzaban los 10 metros de altura; los barcos a pie de puerto y la lonja en estado anémico. En los partes meteorológicos que suelo mirar daban alerta roja por altura de ondulación, viento y mar de fondo. Ideal para un admirador como yo.
Al mediodía me acerqué hasta una playa cercana a mi trabajo, soplaba de Suroeste y aunque arreciaba demasiado, al lugar que me dirigía le pegaba frontal, de tierra y por lo tanto la ola sería limpia y permitiría entrar, o con eso contaba. Cuando llegué lo encontré complicado: oleaje bestial, viento antipersona y paisaje brutal. Aún así, me calcé el traje de neopreno y probé fortuna.
La cuesta descendente que separa el coche de la arena puede tener cuatrocientos metros con un porcentaje de desnivel del 15%, mientras bajaba, corriendo, el viento me llevaba en volandas pues soplaba de espaldas y me tiró dos veces antes de llegar a la orilla. Intenté, con toda mi motivación, llegar hasta donde rompían las olas, quiero comentar que tengo experiencia o por lo menos eso creo pero no hubo opción posible, una hora después estaba extasiado, sin conseguir alejarme más de veinte metros de la orilla, haciéndome sentir tan pequeño que como cura de humildad no esta mal.
Las fuerzas de la naturaleza, cuando las sientes de verdad, te rebajan el ego hasta límites insospechados y te manejan como a un pelele de trapo. Es una forma como cualquier otra de terapia personal.