Con voz ronca, trémula y altisonante te oía hacia mi espalda, sonaba masculina. Hacía tiempo que no sabía de tí, quizá más de un año. El lugar parecía un burdel tailandés: mobiliario de bambú, farolillos rojos, ventiladores colgados del techo, caras pálidas, vestidos del corte chino y budas posando por las paredes revestidas de friso color abeto. Olor a incienso. Te miré, bajo la espesa capa de humo blanco y oscuridad me pareció identificarte un gesto muy común entre gente que consume drogas de diseño. No disimulé mi malestar así que lo captaste a la primera, estaba enfurecido por tu actitud.
Cuando pienso la de veces que te he visto, despreocupada, tomarte a la ligera todo esto sin pensar en la familia que te empeñaste en construir, a la cual perderás en poco tiempo, abandonándolos y abandonándote por un tonto capricho personal. Si creas vida tienes que luchar por ella, ya no vale salir a darlo todo buscando destacar entre las demás porque ni eres una femme fatal ni tienes claros argumentos que lo intuyan. Además, se percibe que tus ojos ya no proyectan luz, son opacos a día de hoy. ¿Es suficiente o hablamos del resto?.