Aunque aquí llueve y hace frío estos días, es de agradecer el cambio de horario que permite a los currantes que salimos a las siete de la tarde disfrutar de dos horitas de luz una vez fuera, tiempo suficiente para hacer lo que a mí me gusta.
Desde que terminamos las obras de nuestra casa no he parado. Toda la sangre que tengo la aprovecho en darlo todo en todos los aspectos. Ni que decir tiene que muchos de esos momentos han sido para uso personal, alimentando mi lado egoísta por un lado y ayudando al prójimo por otro que aunque suene incongruente puede ser compatible. La verdad es que soy un tipo feliz en general, de lo malo ni me acuerdo.
Mi sobrino -por parte de mi novia- el mayor -con dieciséis- tiene vena deportista. Aunque es judoka, siente especial devoción por los deportes modernos. Le da al parkour, monopatín, mountain-bike o cualquier cosa en la que haya que saltar mobiliario urbano. Este domingo quedé con él para pasar el día; al chaval le gusta el deporte que practico y últimamente queda conmigo los fines de semana. Tengo que reconocer que es empecinado, no tiene ni puta idea pero se esfuerza un montón, le gusta y tiene ganas de aprender, requisitos básicos para progresar. Estoy encantado de llevarlo.