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martes, 8 de marzo de 2011

Saltan las lubinas

Hoy, aunque al igual que otros muchos días estaba solo en el agua, esta vez me acompañaba próximo un pescador, que después de pegarse una caminata por un paso del acantilado se encontraba encaramado a una roca afilada de unos seis metros de altura sobre el nivel del mar, al abrigo de los golpes que éste largaba, protegiéndose detrás del islote que da fama a esta playa. A unos cincuenta metros esperaba yo la rompiente mientras miraba de reojo al hombre con su faena: echaba cebo al mar, encarnaba y lanzaba la línea. En varios momentos, cuando venía la serie, las olas alcanzaban una altura considerable, y cuando la resaca pasaba yo volvía a mirar al pescador, a ver si se inmutaba con mi presencia porque quizá, un poco egocéntrico por mi parte, creía que estaría pendiente de mis movimientos fluídos en el agua picada. Ni puto caso, el tío a su historia, pasando de fantasmas.

Hablando de otro tema, ayer pasé el cuarto de hora más aburrido -sin contar cuando me apunté en un gimnasio- que recuerdo: entré en el solarium y no aguanté ni los veinte minutos del temporizador. Es imposible, no hay feeling entre nosotros.