Cuando pasa la tempestad, viene la calma; en mi caso es lo contrario: cuando pasa la calma, viene lo bueno. Las condiciones marítimas estos días en mi tierra son de total benevolencia, está perfecto para salir a remar con un bote por las playas más salvajes, algo inusual para la época del año en la que estamos. Mañana la cosa cambia, menos mal.
Estar de cara al océano te da un puntito asilvestrado necesario en nuestros tiempos de bífidus, lactobacilus y antivirus. Estamos poniendo en plan pijo a nuestro organismo, nuestras defensas se basan en alimentarnos de productos perecederos que crean dependencia física y psicológica. Son pequeñas dosis de vitaminas, minerales, carbohidratos y aminoácidos esenciales pero que luego, a la hora de esforzarnos de verdad no sirven para alcanzar niveles extraordinarios si no más bien para sentirnos indefensos el día que no los tomamos. Los niños recién nacidos ya no traen un pan debajo, llevan un termómetro.
Mucha gente de mi edad que conozco y que no practica deporte, suelen quejarse de algún tipo de dolencia cuando lo más normal sería que nos quejásemos nosotros, tíos más propensos a las lesiones.