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miércoles, 16 de marzo de 2011

Reloj de arena

Quedan cuarenta y cuatro minutos para la media jornada. A las dos vuelan los pájaros del nido para visitar la costa sinuosa y escarpada de la tierra donde viven.

Es lo más parecido que encuentro, dentro de mis limitaciones horarias, para sentirme libre: el mar, la virginidad de las playas, el viento levantando la arena en dirección al agua, el olor, los animales en su entorno, la sutil brutalidad del sonido de la rompiente, el fluir de la naturaleza, ...sí, ya sé que esto no es la llanura del serengueti pero a mí me vale.

Cinco minutos quedan para el momento de partida, unos catorce minutos más y estaré en la cresta de la ola, donde me siento más yo que en ningún otro sitio. Cuando está bien, no lo cambio por nada, disfruto como los otros seres vivos de este ecosistema. Sin más artificios que los que llevo puestos.

Riiing-riiing, son las cuatro menos veinte, recojo mis bártulos y salgo pitando que llego tarde a trabajar. Mañana es otro día. Hasta luego chavales.