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miércoles, 19 de enero de 2011

Para escribir hay que vivir

En mi casa no tengo ningún poder sobre el mando a distancia, soy un cero a la izquierda, cuando pretendo ver algo que me interesa siempre es insufrible para mi novia: me pone malas caras y deja de mirar para la tele. Claro, me siento incómodo y le dejo poner lo que quiera, prefiero esto a estar en habitaciones separados. Una de dos, o soy horrible negociando o ella es muy buena, no hay manera.

La historia es la siguiente, conozco -a través de la pantalla- a los tipos del Gran Hermano, a los que van a la isla a pasar hambre, a los que cantan, a Jorge Javier, a Díselo a Jordi y sus colaboradores. No, no voy a quemarlos ni a lamentarme de la situación televisiva en la que estoy embarcado sino todo lo contrario, voy a defenderlos: a veces veo tertulias de escritores defensores de la cultura, adversarios a ultranza de todo este mundo y, sinceramente, muchos de ellos no me dicen una mierda y además me hacen estar atento. Estos, los del entretenimiento, ayudan a relajarse, despejan la mente. Encender la tele después de haber vivido durante todo el día y que no me obligue a pensar tiene su puntito.

Hoy estuve viendo en la dos una entrevista a un conocido escritor, erudito de las letras y hombre culto bajo la mirada de sus seguidores. El tío, amante del arte y las falsificaciones, ocupaba media hora del programa en comentar un cuadro en el que interpretaba lo que intentó plasmar el autor: personajes, paisaje de fondo, climatología,...aludía a una serie de historias mitológicas, religiosas y alegóricas que yo no entendía. Esta obra de la que hablaba es una de las más profundamente interpretadas por los profesionales de la materia y hay cientos de teorías sobre su significado -imaginaos cuanta incognita-. Lo que yo veía en la pintura era una mujer amamantando un niño, semi-desnuda, con un diminuto poncho de encaje a medio poner que permitía verle las partes nobles. La mujer está sentada bajo un árbol, coqueta, dejándose ver, mirando de frente al espectador; un caminante de uniforme y lanza en mano la está observando desde su perfil derecho -el paquete sensiblemente abultado-, tiene mirada sibilina; un arroyo los separa al igual que lo hace el bebé en brazos de ella, les frena el ímpetu. El dichoso cuadro -de un reconocido artista italiano- tiene una clara connotación sexual. En aquellos tiempos -hacia 1500- tenía que tener su puntito ilegal. El resto -las metáforas- me parece secundario y me aventuro a decir que al pintor también, que ya pone lo suficiente la escena como para buscarle tres pies al gato. Pues eso, a lo que iba, media hora perdida.