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domingo, 23 de enero de 2011

Virtudes y defectos del cánido

De las cuatro gotitas de esencia del sentido común que me quedan en el frasco voy a gastar una en mantener la cordura en el día de hoy porque este perro que tengo va a volverme loco con sus diabluras.

El muy cabrón me rayó la puerta del coche -la del piloto- por enésima vez. Salta la valla del patio y como quede algún coche en casa -da igual de quien sea- intenta abrirlo con las zarpas y deja surcos más profundos que los de plantar patatas. Imaginaros la broma si encima lo hace en vehículo ajeno: vienes a mi casa a tomar un café y te llevas el postre tatuado entre chapa y pintura. Para no volver más.

Cuando me preguntan por el chucho digo siempre que es muy fiel, es verdad, lo dejo en algún sitio y espera por mí sin moverse hasta que llego, da igual quince minutos que ocho horas, él sigue allí. Para los que lo conocen a fondo saben de su hiperactividad y tendencia a la depresión cuando no hay nadie en casa, incluso en alguna ocasión he comentado en el blog que había mordido a alguien o que me intentaron convencer para que lo llevase a un veterinario a sacrificarlo. Del color que yo lo veo, el perro es un crack, tiene una energía fuera de lo común, es valiente -rayos y truenos aparte- y me atrevería a decir que me seguiría hasta donde hiciese falta.