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domingo, 16 de enero de 2011

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Cuando lo ví por primera vez ya me hice una idea del tipo de tío que era: un subnormal peliculero. La segunda, pensé que buscaba carisma y la tercera, que sólo era un crecido.

Cuando hablé con él por primera vez, de tú a tú, se me desmontaron todas las teorías porque no era nada parecido a lo que yo imaginaba. Desde aquella habrán pasado unos seis meses, anteriormente la única relación existente eran varios cruces de miradas arrogantes.

Hoy somos amigos -hasta lo veo más favorecido- porque me lo ha demostrado con creces en los momentos que lo he necesitado, sin pedirle favor alguno. Ayer, sin ir más lejos, sabía lo que me hacía falta y se ofreció para echarme una mano. Lo sabía sin que nadie le dijese nada, intuición de persona preocupada por los demás. Todo lo contrario a lo que yo pensaba de él. Menos mal que no soy mucho de rajar -en parte es que me da igual lo que hagan los demás- porque si fuese así sería más complicado de arreglar.

Me consuela saber que durante todo este tiempo él pensase lo mismo de mí y que al conocernos también lo haya sorprendido gratamente. Si esto llega a ser el Gran Hermano con cámaras hasta en el ojete, la historia no tendría tan fácil solución.